por Ana Cárdenes
JERUSALEN.- Los judíos en Israel celebran este lunes el año nuevo judío, Rosh Hashanah, una festividad religiosa que llega en un momento en el que la tensión religión-Estado ha llevado a un bloqueo político que ha impedido, por el momento, formar gobierno.
La noche del domingo (según la tradición judía los días empiezan al anochecer de la víspera) comenzaron las celebraciones del nuevo año, precedidas por rezos de penitencia en los últimos días y lecturas especiales de las escrituras en el caso de los más religiosos y una cena festiva en casi todos los hogares, en una celebración que se prolongará hasta el atardecer del martes.
Muchos se despertaron el lunes con el sonido del shofar (instrumento de música tradicional, elaborado con el cuerno de un carnero) que se sopló durante las oraciones matinales para dar la bienvenida al año hebreo 5780.
En Jerusalén, como en el resto de ciudades, las calles amanecieron prácticamente sin tráfico, con todos los comercios cerrados, sin transporte público ni actividad institucional.
En los últimos días, unos de los productos más vendidos en los concurridos mercados han sido las manzanas y la miel, que simbolizan el deseo de tener un “dulce” nuevo año, y las granadas, que con su cantidad de semillas simbolizan la abundancia.
Otra de las tradiciones es pasar el día cerca de fuentes de agua naturales, por lo que ayer, antes del comienzo de la fiesta, muchos se acercaron a las playas del país, donde algunos tiraban pedazos de pan en el agua, como símbolo de pecados del año que se va, de los que uno se desprende arrojándolos al mar, como indica el Libro de Miqueas, en el Antiguo Testamento.
Miqueas 7:19 “Él tornará, él tendrá misericordia de nosotros; él sujetará nuestras iniquidades y echará en la profundidad de la mar todos nuestros pecados”.
La celebración llega en plena crisis política, con dos convocatorias electorales en lo que va de año y riesgo de una tercera, entre otros motivos, por el cada vez más manifiesta tensión entre quienes desean que el estado judío sea regido por la religión más tradicional y quienes quieren un país laico, donde cada cual pueda practicar su fe en la medida que lo considere apropiado.
El ultraconservador laico Avigdor Lieberman retiró su apoyo a finales del pasado año al Ejecutivo de Benjamín Netanyahu tras no atenderse su exigencia de sacar adelante una ley que obligue a los ultraortodoxos (un 10% del país) a cumplir -como el resto de ciudadanos- el servicio militar obligatorio. Esto dejó al gobierno debilitado y llevó a convocar comicios en abril.
Tras estos, Netanyahu volvía a necesitar tanto a Lieberman como a los ultrarreligiosos como socios, y la negativa de ambos a ceder llevó a repetir comicios este mes. Ahora, los nuevos resultados del voto y la negativa de Lieberman de permitir lo que denomina “chantaje” de los haredim (temerosos de dios) ha abocado al país a un difícil pacto de unidad de los dos partidos más grandes (Likud y su rival Azul y Blanco) o a una repetición electoral.
Las dificultades de la vida política ponen de manifiesto las tensiones internas en un país que quiere ser el hogar de todo judío, pero donde chocan la comprensión de unos y otros de cómo se debe traducir esto a nivel institucional y social.
Así, los más religiosos exigen no servir en el Ejército y que muchos no trabajen y se puedan dedicar únicamente al estudio de la Torá y los textos sagrados. Pero también piden otras cuestiones, que afectan la calidad de vida de los no practicantes: el cierre de toda la actividad comercial y pública en shabat, así como de calles y servicios públicos (incluido el transporte), la segregación en autobuses y escuelas, el mantenimiento de la exclusividad de la jurisdicción en materia de familia, etc.
En los próximos años, el país tendrá que buscar un equilibrio entre quienes buscan el imperio de la fe en la vida pública y quienes quieren que cada cual pueda determinar el grado de religiosidad en sus vidas.
Para unos y otros comienzan el martes, según la tradición judía, los denominados Diez Días de Arrepentimiento, en los que se debe reflexionar sobre los actos del pasado año y arrepentirse de los errores, un periodo que acabará con el Yom Kipur (Día del Perdón), el próximo 9 de octubre.
“Cuando se escriba la historia de los judíos desde el último exilio hasta el siglo XXI, el año 5779 (2018-2019)será recordado como el año en el que la división entre dos pueblos judíos fue inminente”, reflexionaba ayer el comentarista en Haaretz Ahshel Pfeffer.
Una profunda división para decidir qué tipo de país debe ser Israel. Una lucha interna cada vez más a flor de piel para determinar el alma de la nación.
EFE